«La fuente de los Álamos, perdida en el Moncayo, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. un espíritu con los ojos del color de la esmeralda. Los ojos de una mujer, unos ojos de un color imposible, unos ojos verdes…»
Así relataba Gustavo Adolfo Bécquer en el siglo XIX el misterio que alberga esta cumbre que corona, solitaria, el oeste aragonés.
El Moncayo marca el límite en la división política entre Castilla, Navarra y Aragón, pero también señala la frontera geográfica que separa la meseta castellana del valle medio del Ebro. Es la puerta que da la bienvenida a los viajeros de poniente. Es el bastión que flanquea y vigila el paso de los caminantes.
Bécquer, sevillano de nacimiento y castellano de adopción, pasó muchos años de su vida en el entorno del Moncayo y supo apreciar la magia de este territorio. Enfermo de tuberculosis desde su juventid, Bécquer se refugia entre los bosques y los senderos de la montaña. Parece que estos son los únicos que calman el cuerpo y la mente del escritor.
Bécquer pasa algunos años en el Monasterio de Veruela y allí escribe sus Rimas. Pero son sus Leyendas las que dejan de manifiesto el espíritu más misterioso de la cumbre.
En Los ojos verdes Bécquer acompaña al lector por los parajes que rodean el Moncayo, le descubre sus fuentes ocultas y relata una historia con fuertes raíces populares. Sus Leyendas hablan de perversos gnomos, de espíritus errantes o de fuentes demoníacas. Predomina en ellas lo misterioso, lo sobrenatural y lo romántico.
Al adentrarnos en el Moncayo descubrimos un paraje lleno de leyendas, donde la noche tiñe la montaña y da paso a sus habitantes más misteriosos. Esos que solo aparecen en relatos de invierno, a los pies de una chimenea.
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